He perdido la cuenta del número de personas que me van a dejar de hablar por solicitarles que no difundan “informaciones” con apariencia de veracidad a través de WhatsApp. Entiendo que lo hacen con buena voluntad, para ayudar, pero me sorprende notablemente que gente con un nivel de cultura y educación considerable le dé credibilidad a fakes y bulos realmente inverosímiles en estos tiempos de COVID-19.

Los hay de todos los tipos, más inofensivos y otros más peligrosos, pero si van acompañados de un audio de un “supuesto” médico/enfermero/sanitario de algún conocido hospital español, el bulo asciende de manera inmediata a la categoría de “noticia veraz y contrastada”, sin importar la fuente y la procedencia de esa información. Y lo peor de todo, nos lanzamos a reenviar a lo loco.

Es precisamente ese criterio de veracidad el que se le puede, y debe, atribuir al trabajo que se realiza en el seno de los medios de comunicación, -me refiero a los periodísticos-. Una profesión, la de los periodistas, tan denostada en los últimos tiempos y que en estos momentos también se merece aplausos en nuestros balcones.

Tanto gráficos, como “plumillas” están saliendo estos días a las calles, jugándose su salud y la de sus familias para que los ciudadanos estemos informados y sepamos qué hacer ante tanta incertidumbre. Y de paso, nos recuerdan que, aun en Estado de Alarma, seguimos en una democracia, gracias a su labor fiscalizadora de la gestión de nuestros políticos. 

Como periodista, se me ponen los pelos de punta al ver que el verdadero periodismo, vocacional y de servicio público, ha vuelto estos días y nos está dando una lección magistral. Aunque, como en todo, siempre hay excepciones.  

En la era de la comunicación multicanal, multidireccional o como se le quiera llamar y en una situación de “guerra” contra el virus, como en la que nos encontramos, me gustaría hacer un llamamiento a toda la sociedad. Stop bulos, fakes y otras mentiras.

Como mínimo, pongamos en duda todo lo que recibamos por WhatsApp o veamos en redes sociales y tomemos muy en serio el papel de comunicadores (inconscientes). Y si el mensaje no proviene de una fuente fiable, no reenviemos, por muy verosímil que nos parezca.

En momentos como estos, recuperemos el consumo de los medios de comunicación oficiales para informarnos de primera mano y seamos responsables con lo que reenviemos, aunque nos cueste una úlcera. A mí ya me ha costado algún que otro amigo, aunque quizás, hasta me viene bien hacer limpieza…

Ana Cebrián, embajadora 💼

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